Viaje al corazón de Rusia

El frenesí de las bodas

julio 31, 2011
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Viernes, 29 de julio

Desde que he llegado a Rusia no paro de ver bodas. Me da igual lo que digan las estadísticas. No hay día que no me cruce con una, dos, tres, cuatro bodas…

Llevo dos días en Yelets y aquí también se casan compulsivamente. Es un auténtico frenesí de coche engalanados, fotógrafos que incitan al beso, gorditas ataviadas en trajes imposibles y derroche de champán soviético.

Creo que me voy a casar yo también. He dicho.


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Los candados de Yelets

julio 31, 2011
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Sábado, 30 de julio:

Hasta en Yelets tienen candados del amor, no sólo en Murmansk. Los que creían que Roma tiene la exclusiva, se equivocan. Ponte Milvio, ponte las pilas.
(http://es.wikipedia.org/wiki/Puente_Milvio)


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Gatos y smetana

julio 31, 2011
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Viernes, 29 de julio:

Ya he contado en varias ocasiones que los rusos se alimentan de smetana, una nata ácida y muy grasa, que usan para aliñar tomates o pelmeny (los raviolis siberianos), o para reforzar sopas como el borsch o la solyanka.

Lo que no sabía era que los gatos también comen smetana, se hinchan de smetana, vamos.

–          Mira, un gato comiendo smetana. ¡Qué fuerte!

–          ¿En España los gatos no comen Smetana?, me pregunta Liza espeluznada, la misma Liza que se pasa el año viajando y que conoce la diferencia entre un Guijuelo y un 5J.

–          Claro que no Liza. En España no hay smetana.

–          ¿Y entonces qué comen los gatos?

–          Leche, pienso, comida…

–          ¡Qué vida más tristes! ¡Pobres gatos europeos!


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Los valenki

julio 31, 2011
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Jueves, 28 de julio

Los valenki son un producto muy ruso, tan ruso como las matryoshkas o el palekh (http://en.wikipedia.org/wiki/Palekh).
Son botas de lana que tienen la virtud de mantener los pies calientes y secos en un país que pasa muchos meses cubierto de nieve y donde las temperaturas bajan hasta los 45º bajo cero.

Hay quien sostiene que la Urss ganó la Segunda Guerra  Mundial gracias a los valenki y que los soldados alemanes mataban a los rusos sólo para quitarles sus preciadas botas. En la Gran Guerra Patriótica, como la llaman aquí, los valenki llegaron a representar la diferencia entre la vida y la muerte.

Hoy los rusos siguen usando lo valenki y en Yelets sobrevive a duras penas la única fábrica donde se hacen a mano, de forma totalmente artesanal. Sólo trabajan de octubre a marzo y producen unos 4.000 pares al año, algunos hasta de diseño.

Yelena Alexandrovna no sólo es el técnico de la fábrica, sino que es la autora de todos los diseños. Lleva aquí 30 años. Entonces trabajaban 700 personas, ahora son apenas 20.

Nos muestra cómo se elaboran las botas y nos cuenta lo difícil que es sobrevivir en un país que exporta gas a precio de ganga y que cobra el gas a sus fábricas a precio de oro. “60.000 rublos al mes (1.500 euros), una barbaridad. Y en enero llegamos a los 100.000 rublos (2.500 euros). A eso hay que añadir los impuestos: por cada salario de 1.600 rublos, pagamos 1.100 rublos de impuestos. Así es muy difícil conseguir ganancias”, explica Yelena.

Valery, el director de la fábrica, nos cuenta que los valenki de Yelets ya son considerados una marca, y aunque sólo se venden en la región de Lipetzk y Voronezh, hace poco se ha enterado de que una fábrica de Bielorusia hace valenki a los que llama Yelets.

–          Pero no son nuestros, nos han copiado, aunque ellos usan máquinas.

–          ¿Por qué no montáis una web y empezáis a vender en el extranjero? Estas botas ecológicas triunfarían en Alemania.

–          Lo hemos pensado, pero es complicado. No es fácil formar a los trabajadores. Para hacer estas botas hay que tener mucha fuerza, porque el proceso es totalmente manual. Los aprendices se marchan a los tres meses. No aguantan. Pero yo estoy orgulloso de mantener esta fábrica abierta. Aquí conservamos la tradición. Lo que se aprende aquí no lo enseñan en ninguna escuela técnica. Las otras fábricas del país están mecanizadas y usan la mitad de la lana que nosotros. Aquí somos artesanos y cada bota que hacemos, es única.

No dejo de pensar que un hábil comercial y un diseñador de páginas web podrían llevar los valenki de Yelets a ferias internacionales y a las tiendas de media Europa. No se me quita de la cabeza la historia de Camper, una empresa familiar que ha conquistado el mundo desde una isla que no tenía grandes perspectivas económicas antes del turismo de masas y de la llegada de los alemanes.
(http://www.tormo.com/perfiles/139/Camper:_La_conquista_el_mundo_por_los_pies.htm)

La fotógrafa fotografiada


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Yelets, o lo que queda del granero de Europa

julio 31, 2011
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Jueves, 28 de julio:

Yelets es una ciudad de 108.000 habitantes que está a unos 400 km. de la capital.
Es una ciudad antigua, con muchas iglesias, cúpulas y casitas bajas de madera.
Los habitantes se jactan de que Yelets fue fundada un año antes que Moscú.

Aquí vive la abuela de Liza, de 89 años. Aquí también se criaron sus padres: estudiaron, se conocieron, se separaron, se reencontraron ya de adultos y decidieron casarse e irse a vivir a San Petersburgo.
Liza ha pasado todos sus veranos en esta ciudad desde que era niña.

La ciudad está en el corazón de las Tierras Negras, el Chernozyom, una de las zonas más fértiles del mundo y el granero de Europa durante muchos siglos.

Chernozyom, las Tierras Negras

Tras la crisis de la Urss, la agricultura empezó a sufrir una crisis irreversible. Cerraron muchos kholkhozy, las factorías colectivas, y empezó un periodo de lenta decadencia.
(http://www.nationsencyclopedia.com/economies/Europe/Russia-AGRICULTURE.html)

Como resultado, el campo se ha despoblado y nadie se preocupa por explotar una tierra rica en humus (hasta un 13%) y en potasio.

Los habitantes de Yelets se quejan de que el Gobierno no invierte en la agricultura y apuesta por la importación, porque puede ganar dinero líquido de los impuestos sobre los productos importados, sin esfuerzo y sin grandes inversiones.
En los supermercados (que no en los mercados, ojo) sólo se ve fruta importada desde Chile y Argentina, o pepinos de Pakistán. “Hemos llegado hasta la paradoja de que en pleno Chernozyom un plátano cuesta menos que una patata”, me cuenta el redactor jefe del periódico local, que lleva todavía el altisonante nombre de ‘Bandera roja’.

La ciudad conserva un puntillo soviético que no se nota tanto en la arquitectura, ya que hay muchas casitas de madera que se conservan desde hace siglos; se nota más bien en los monumentos que recuerdan a los caídos en la Segunda Guerra Mundial o en Afganistán; o en los murales dedicados a los mejores trabajadores, que todavía se actualizan con las fotos de los ciudadanos más entregados al trabajo.

El empleado del año

Empleados del año

Yelets también es la ciudad de Iván Bunin, premio Nobel de literatura en 1933, viajero empedernido y amante de la ‘dolce vita’ en la Costa Azul. No sabía nada el Bunin ése.


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Adiós Moscú

julio 31, 2011
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Miércoles, 27 de julio

Adiós Moscú. Te dejo, al menos de momento.

Me voy a conocer la Rusia profunda, donde hay menos turistas y más estepa.

Espero volver pronto.

Dejo tu metro elegante, donde hay hasta estatuas de Lenin (¿quién dijo que las habían retirado del país? No paro de verle el careto al tío) y lámparas estilo Mayakovski.

Dejo tus cúpulas y tus iglesias. Tus perros tuneados y tu alegría nocturna.

Te dejo pues, pero no descarto volver. Espérame.
До свидания!


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Obras en Moscú

julio 31, 2011
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Lunes, 25 de julio

Moscú se parece a Madrid en cierto sentido. Zanjas en cada esquina, obras y más obras…

Las malas lenguas dicen que la mujer del alcalde tiene una empresita y que por esto levantan el asfalto cada dos por tres. No he tenido ni tiempo ni gana de comprobar si el rumor es cierto. En el fondo, éste es un blog y no un periódico, y me puedo permitir el lujo de no ser 100% rigurosa.

Me encanta la idea de una esposa medio mafiosa que encarga obras públicas a través de su marido. Y me gusta creer que no somos los únicos que padecen las locuras de un faraón megalómano.
Así que voy a aplicar el lema de Pedro J.: “No dejes que la realidad te estropee una buena historia”.

Me encanta la faraona de Moscú. ¡Viva la faraona!


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La MGU y las dimensiones soviéticas

julio 30, 2011
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La MGU

Miércoles, 27 de julio

Había que ir a verla. La mítica MGU (Moskovsky Gosudarstvenny Universitet), la universidad de Moscú.
Es el típico edificio soviético de proporciones indescriptibles. Y cuando caminas a su alrededor, te sientes un ser pequeño, totalmente insignificante.
Caminas caminas y parece que no avanzas, como en las pesadillas.

No soy una experta en arquitectura, pero en muchas ciudades soviéticas, como Berlín Este o Varsovia, me he sentido así: minúscula, aplastada por esta arquitectura monstruosamente inhumana.
En Nueva York, por ejemplo, los rascacielos están diseñados de tal forma que, si no miras hacia arriba, ni te percatas. Todo lo que tu mirada consigue abarcar está hecho a medida del hombre y por esto te sientes tan a gusto.
Las ciudades soviéticas, en cambio, parecen haber sido diseñadas con la clara intención de amedrentar al ciudadano. Para que sepa en todo momento quién es que manda.

Cerca de la universidad, me fijo en esta pintada. “El alcohol destruye el cerebro”, reza.
Desde que he llegado a Rusia, hace ahora un mes, tengo la clara sensación de que el consumo de alcohol ha disminuido. Ya no se ven borrachos tirados en la calle; en los trenes no vuelan las botellas; y la gente no te ofrece vodka ni a las 7.00 de la mañana ni por la noche.

De momento, no he encontrado una estadística que avale mi percepción.
Los rusos, por lo general, tienen ideas bastantes contradictorias al respecto. Algunos aseguran que se sigue bebiendo igual que antes. Otros explican que desde que en Rusia se trabaja de verdad (y no como en la Urss), la gente no puede mamarse a todas horas porque tiene que ‘funcionar’. Otros lo explican por las severas multas que se imponen a los conductores borrachos: ya nadie se atreve a subirse al volante con una copa en el cuerpo.

La esperanza de vida de los hombre rusos no alcanza los 60 años y los expertos aseguran que la razón principal de estas muertes prematuras es el consumo masivo de alcohol.

Por otra parte, los periódicos locales publican que en los últimos años se ha avanzado en la lucha contra el consumo de sustitutos del alcohol. Eso es: antes la gente se bebía hasta la colonia, el anticongelante y varios productos médicos que contienen etanol. Ahora parece que no es así. Los fabricantes están obligados a llevar un registro actualizado de sus productos con el fin de limitar su venta en el negocio de bebidas ilegales.

Recientemente, el ministro de Economía, Alexéi Kudrin, ha anunciado que en 2014 multiplicará por cuatro el impuesto sobre el alcohol: hasta 22 euros por litro de alcohol puro. “Para los consumidores supondría pagar 4,5 euros por medio litro de vodka y otras bebidas, en lugar de los 1,13 euros que pagan ahora”, informa un periódico nacional.

Yo personalmente tengo la sensación de que este país está cambiando.


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¡Socorro! Me empieza a gustar el kvas

julio 30, 2011
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Miércoles, 27 de julio:

Nada más llegar a San Petersburgo, Liza me invitó a tomar kvas. No pude. Esta bebida hecha de pan de centeno fermentado y levadura me resultaba abominable.
Parece coca cola por el color y la espuma, pero tiene un sabor fuerte, que no sé definir, pero es un poco bastante desagradable.

Hasta que en Moscú, en un día de calor tórrido, he probado (por desesperación la verdad, era lo único que había) un vaso de kvas al granel, tirado como si fuese cerveza.
Y me ha empezado a gustar.
Sí señores. A todo se acostumbra uno.
Igual dentro de poco empiezo a comer pepinos desaliñados a palo seco.
Hay que ver.

En Yelets, la ciudad de los abuelos de Liza, en las Tierras Negras, hacen un kvas blanco, pero no he conseguido probarlo todavía.
Seguiré informando desde el mundo de las bebidas fermentadas.


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El Museo del Gulag de Moscú

julio 30, 2011
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El Museo del Gulag de Moscú

Martes, 26 de julio:

Está cerca de la Ulitza Petrovka, una calle lujosa del centro, atestada de tiendas caras y cochazos.
Es un pequeño museo que reconstruye los años del horror estaliniano en los gulags de la ex Urss.

Oleg Kalmikov, el encargado del museo, se ha tomado la molestia de reconstruir una celda tipo. Hay hasta maniquíes que representan a los presos.
Tiene una razón personal que le motiva. Su abuelo estuvo encerrado varios años en un gulag.

–          ¿Cuánta gente puede haber muerto en los gulags?, le pregunto.

–          Difícil saberlo. Para empezar, no hay estadísticas oficiales. El Gobierno soviético no tenía interés en airear los trapos sucios del régimen y de momento, sólo se ha abierto una parte ínfima de los archivos de Estado. Además, es imposible cuantificar las muertes. Muchas personas, como mi abuelo, murieron después de salir del gulag, de hambre, de enfermedad, por las secuelas. Me temo que nunca lo sabremos.


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About author

Me llamo Valeria Saccone. Soy periodista, reportera de televisón y fotógrafa. El orden de los factores no altera el resultado. Vivo en Madrid desde 1998. También soy sovietóloga y hablo ruso. Durante el verano de 2011 he recorrido la parte europea de Rusia, el país más grande del mundo. Más de 5.000 km. desde el Círculo Polar Ártico hasta el subtrópico del Cáucaso.

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